Le podré contar a mis nietos que...

por | 22:39:00
Hace unos minutos que ha acabado el partido entre Suecia y Grecia cerrando así la primera jornada de la fase de grupos de la Eurocopa de 2008 que se está disputando en Austria y Suiza.
Los suecos han derrotado a los actuales campeones por dos tantos a cero, con un gran gol de una de las que está llamadas a ser estrellas del torneo, Zlatan Ibrahimovic.

Pero no quiero hablar del equipo sueco, sino del equipo que dirige Otto Rehhagel, elevado a los altares futbolísticos en el país heleno desde hace cuatro años.
Y es que como bien reza el título de esta entrada, yo le podré contar a mis nietos que ví a Grecia ganar una Eurocopa de una manera sorprendente.

Los griegos se presentaban en el torneo que se celebró en Portugal con todas las papeletas para regresar tan pronto como finalizara la fase de grupos, puesto que estaba encuadrada en el grupo de Portugal (anfitriona con un gran equipo), España (que como siempre, llegaba como "campeona del mundo" de amistosos) y Rusia (una selección tan imprevisible como anárquica).
Pero en el partido inaugural que le enfrentó al equipo luso en Oporto dio la campanada al ganar por 1-2 y presentó su tarjeta de visita: un sistema de 4-4-2 en el que las líneas era sagradas y tendían a convivir realmente juntas, juego tosco, basado en presionar de manera zonal, generosidad y un contragolpe tan certero como espóradico.

Los siguientes partidos no tuvieron el mismo éxito que el primero. Logró un sufridísimo empate ante España y perdió ante Rusia, pero gracias a las carambolas de los números paso a cuartos como segunda de grupo y como la gran sorpresa del torneo... con las horas contadas al encontrarse en el cuadro con la selección campeona en ese momento: la Francia de Henry, Zidane, Trezeguet, Barthez y compañía.

Pero fue en la fase de eliminatorias donde el sistema, donde la tela de araña que había tejido el seleccionador alemán, dio un resultado que ni el más optimista jugador de las casas de apuestas habría pensado para los helenos. Venció a Francia por 1-0, ahogando al talento galo por completo en el centro del campo y mojando la pólvora de un equipo con una delantera de ensueño. Un gol de Charisteas en la segunda parte fue la particular guillotina que cortó el camino de los gallos.

La siempre atractiva República Checa esperaba en semifinales y parecía que eran los elegidos para castigar el juego ultra defensivo de los griegos. Los checos había practicado un juego vistoso desde la mismísima fase de clasificación y contaba con peloteros del nivel de Pavel Nedved o Thomas Rosicky, con el delantero de moda Milan Baros y su pareja de baile ideal, el gigantón Jan Koller y un grupo de jugadores que quizás en ese momento no contaban con tanto nombre, pero que su solvencia empujaba al equipo hacia delante, como Galasek, Ujfalusi y el portero Cech.
Los centroeuropeos pusieron toda la carne en el asador y trataron de todas las maneras que nos habían enseñado en la competición abrir la lata griega, pero no lo lograban. Grecia por su parte, aguantó estoicamente y forzó la prórroga... se mascaba la tragedia.

Y en el descuento de la primera parte del tiempo extra, el central Dellas consiguió el gol de plata que selló el pasaporte de una de las favoritas a alzarse con el triunfo final. Se me quedó marcada en la memoria la imagen de Nedved tirado en el suelo, abatido, como si buscara una explicación a por qué la propuesta ofensiva, el respeto al balón, el ganar por tus méritos y no por los deméritos del rival, era castistagada con tanta crueldad. Grecia alcanzaba una histórica final.

En la final esperaban los portugueses. Parecía un guión de una película épica: el equipo que jugaba como local llegaba a la final después de un gran torneo, con todas sus estrellas brillando y con la posibilidad de ganar el campeonato ante quien tuvo la osadía de actuar como malos invitados en la primera fecha.
Recuerdo que todo el país se volcó con aquel equipo que no había estado tan cerca de la gloria desde tiempos del gran Eusebio hacía casi cuarenta años.

Pero Grecia era ajena a todo esto, seguía confiando en su trabajo de grupo y en su aprovechamiento de los errores del rival, pero ya no era tan unánime el pensamiento de que al final el fútbol pondría en su lugar la apuesta de los chicos de Rehhagel y un sector de los medios que cubrieron el evento descubrían y daban a conocer la formación que se había erigido como azote de los combinados de carácter ofensivo:

Nikopolidis

Seitaridis Kapsis Dellas Fyssas

Basinas Zagorakis

Karagounis Gianakopoulos

Vryzas Charisteas


La final, sin embargo, siguió el guión que Grecia había escrito: dominio luso, orden griego. Hasta que en la segunda parte, un córner botado encontró la cabeza de Charisteas en un desmarque hacia el primer palo y el testarazo acabó en el fondo de la portería de Ricardo.
A partir de este momento, la ansiedad y la angustia se apoderó del equipo de Scolari que se volcó al ataque con más corazón que cabeza, facilitando el entramado defensivo de los griegos. Cada minuto que pasaba se hacía más latente el nerviosismo local... hasta que el árbitro pitó el final del partido y saltaba una de las mayores sorpresas de la historia del fútbol en los últimos tiempos.

Grecia, un equipo sin jugadores de primer nivel y con una apuesta muy alejada de lo que querían imponer los grande equipos y las campañas publicitarias se hacía con la Eurocopa.
Un hecho insólito y que estoy seguro de que pocas veces más en mi vida lo podré volver a ver, y por eso guardaré ese torneo (como la camiseta de la selección griega que me regalaron semanas más tarde) como uno de los momentos más bonitos de los que he podido ver en un campo de fútbol.





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